Ha llegado a esta zanja de mi vida
el corte preciso que remueve el cimiento,
el telón de niebla tras el juego de luces,
cómo pasadizos de súbito contraste.
Quién sabe por qué la lágrima tiene su pulso,
por qué siempre acapara los cauces,
las maldiciones que remueven el poniente
o la esquina que se instala en el sueño.
Quién sabe,
tampoco quiero saberlo.
Si de pronto se levantara el rompeolas
y en el agua se repararan las cimientes,
habré de atrapar de nuevo el signo de la inocencia,
la sonrisa que semeja una cosecha de nidos.
Tampoco sabré entonces
del reflujo que contiene las claves,
la vida es madera de corazón noble,
también es lo inalcanzable
y lo perdido.