Gracias abuela: muchas veces, como dices, las emociones hablan por encima, o por debajo, de las palabras y casi siempre, el lector es capaz de percibir el grado de honestidad del escritor. Un abrazo.
Todo arte va destinado a un público. Bueno..., quizas no todo. A veces sospecho que la poesia responde a la necesidad de su autor por encontrarse a si mismo. Y ¿Cómo va uno a esconderse de su verdad? Si fracasa, se calla; y si la encuentra lo dice a gritos, porque grito tambien es el susurro cargado de alma. Lo demás sólo es coloquio vacio.
Traducir un te quiero es fácil, no es más que evidenciar la espera, dejarse llevar por un impulso sagrado, buscar alimañas buenas para ser su presa, respirar bajo el mar, respirar olas, pececillos, huracanes. Traducir un te quiero es de lo más fácil, descubrir que en el punto donde te haces nada, comienza una roja claridad, un aroma de río. Para traducir un te quiero se necesita un hombre y una mujer que cantan al unísono en fa sostenido, sostienen en sus brazos un continente sin percibir su peso, su sitio de encuentro está en un rincón de Neptuno, ahí es donde les crecen cosechas y ramas con flores, manzanas, a veces, en cambio, se despedazan, se agravian, se olvidan, entonces llega una libélula mágica con su polvareda a reconstruirlos. Es fácil traducir un te quiero, tiene la transparencia de un átomo, la misma capacidad letal, su misma inocencia. .
EL ALIMENTO A diario llega el pájaro, lo veo saltar entre los granos que he esparcido, los recoge, uno a uno, con pasión, de mi mañana, él hace algo predecible, de la vida, una esperanza verdadera. Pero contigo es una historia diferente, nunca llegas al sitio que te guardo, la espera no termina ni da frutos, mis semillas extendidas languidecen. Este amor no da paso al alimento, la distancia es igual a una ceguera, no eres pájaro ni yo proveedora, no soy la enamorada ni tú el que ama.
REFLEXIONES DE CAPERUCITA ROJA Desde que salí de la casa estaba destinada al fracaso. De antemano mi madre me había sembrado una terrible inseguridad. Me sentía débil y vulnerable y desconfiaba de todos. No tenía la capacidad de decidir por mí misma qué camino tomar, ni con quién relacionarme. Todas estas falencias eran producto de lo poco que la sociedad me había dado, en mi pobre condición de mujer. Era como una muñeca de trapo, muy bien hecha y adornada, de hecho, con la caperuza roja me veía perfectamente como el adorno útil y bello destinado a ser. La vida de cuerpo entero no era cosa de niñas, de mujeres. Nosotras debíamos seguir siempre por el camino diseñado por otros, en un limbo de ignorancia que facilitara nuestra misión de obedecer, cumplir, parecer, pero jamás arriesgarnos a nada, nunca a opinar o a proponer: “Cuidado con desviarte del camino” “no hables con extraños”, eran las consignas que llevaba en mi equipaje como lápidas infames que aseguraban al mundo mi inut
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