SOMBRA ILÍCITA
Cuando era
niña
amaba el teatro de sombras,
manos contra dedos,
ambos contra la luz.
Brazos y
palitos,
plumas y sueños,
imaginación,
monstruos.
Así aprendí a engañar a la luz,
también burlaba a las sombras.
Qué fácil mentirle al ojo,
qué vulnerable lo visible.
Sombras
sobre sombras,
luces contra luces,
embaucándose entre sí,
traicionando al opuesto.
Qué misterio tenían aquellas sombras,
qué extraños significados,
¿qué me decían de la vida y de la gente?
tal vez, que así miramos al escenario,
hacia donde solo aparecen siluetas
sin siquiera sospechar por un instante
que cada sombra tiene mil nombres,
que todo en
la vida se trata
de engañar miradas ajenas,
de ajustarse
entre luz y oscuridad
hasta lucir estampas
que todos
reconozcan.
Mi teatro de sombras:
la comedia
del mundo en la perturbación del ojo,
el lenguaje impreciso de un disfraz a mansalva,
la imposición de lo eternamente mentido.
Forzados por siempre a contradecir lo real.
No.
Nunca dejamos de jugar
al teatro de sombras.
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