DÍA DEL TRABAJO

 En este mundo tan democrático y libre,

cada esclavo tiene asignado un precio,
depende de cuánto le sirva al amo.

Hay esclavos abundantes y baratos.

Son leña con respiración,
animales de carga y sueño.
Muy fáciles de conseguir

y más fáciles de desechar.
Deambulan por el mundo
hambrientos y rogando.

Los esclavos baratos
son para limpiar la casa,
venden sandalias y blusas,
pegan ladrillos,

aran la tierra.
Saben contestar el teléfono y mentir:
“El amo no está”.

Conducen autos, camiones, limusinas.
Disparan un arma para protegerte

y si lo ordenas ofrendan su vida o pescan.

Las esclavas sin saberse esclavas,
son carne para la sed del amo,
carne para licuar en las piernas,
bocas pálidas en pálidos cuerpos.

Los esclavos baratos
tienen el alma partida por la mitad
y la voluntad mutilada.

Su religión no es de biblias ni de templos,
su libro de oraciones está infectado,
pero rezan, porque rezar,

es la forma menos maldita del silencio.
Tienen dioses que son vanos e invisibles,
otros más peligrosos de carne y hueso,
y también dioses estampados en billetes,
dioses mezquinos que exigen humillación,
dioses de papel que son la vida entera,

dioses que ofrecen su libertad de papel,

la hipócrita libertad de no llamarse esclavos,
ser libres en el contrato de todas las mentiras,
libres porque alguien lo gritó y todos creyeron.

Hay otros esclavos más costosos.
Se forman en selectos establos.

Aprenden finas artes y acrobacias:
Economía
Leyes
Informática
Medicina

Aviación

De todo lo aprendido,
ordeñarán su cerebro
para enriquecer a sus dueños.

Serán esclavos de lujo,
sofisticadas herramientas.
Esclavos expectantes

de la mejor limosna,

una que alcance para adquirir fraudes:


una lujosa guarida de esclavos,
un auto parecido al del amo,
algún viaje parecido al del amo,
el mismo psiquiatra del amo.

Para ser como el amo

y seguir siendo esclavos.

Los esclavos caros miran a los baratos
y dan gracias a Dios por tanta dicha,

aunque ellos tampoco sientan su esqueleto,
aunque supongan menos pesada la cadena.
Igual,

su tiempo huele a la saliva del amo,
su mirada mira al suelo sin preguntas,
sus rodillas se doblan en silencio,
se les cierran de pronto las puertas.

.
Y hay amos de muchas clases,
aunque al final todos sean iguales.

Unos van vestidos de uniforme,
otros llevan corbata o sotana,
unos cargan cruces,
otros media lunas,
cualquier signo intimidante.

Su gesto es el mismo:
metal de artillería,
metal de ganzúa,
y buenas maneras

     para disimular.

 

Una silla pomposa,
un florido discurso,
y el halo invisible

de su coronación.

Los amos dan por cierto

que almas ya no importan,
que la naturaleza es ley
-su sencilla fórmula de fuerza-,
que solo el poderoso es Dios
y que muchos han nacido

con la misión de obedecer.

Por eso los amos esperan tranquilos

el sol en su ventana en cada amanecer.
No es de ellos el temor.

Si acaso sienten miedo,

es al golpe de otros amos,
jamás a quienes muelen

a diario en la labor.


Una sola página está escrita

en su alfabeto santo:


El buen esclavo calla,
el buen esclavo obedece,

el buen esclavo no tumba paredes,
no rompe las páginas del libro.

 

El buen esclavo

besa el pie del amo

que lo esclaviza.

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