PENÚLTIMA ESTACIÓN
Tendría que ser un poco más joven
para
regresar de los sitios nunca idos,
para
recordar el color del maquillaje
y su
orquestación en favor del verano.
Reconocer si
entre tanto despertar
he dejado
dispersas las sábanas
o si fue el
recuerdo el que redujo
mis muchos
años a casi nada.
Desde hace un tiempo todo es papel,
historias
que florecen solo escritas
y que entre
más lejanas parecen más propias.
Todo se va
apilando en una sola cifra,
hacia una depredadora
transparencia.
Tengo un
sitio en cada esquina,
algo que
siempre me reconoce.
(Cambiaría
mi nombre
si alguien
me lo creyera.)
Otros, para que nada de esto les pase,
se consuelan
abrazados a un leño tibio
o
sintiéndose convenientemente enfermos.
Yo en
cambio, escogí esta poesía
para
ensordecer al silencio,
para negar
lo pensado.
He decidido
reconstruirme de cedros,
de
avenidas,
de
piedra coralina.
También sé
de sobra cuál es mi castigo
y estoy
orgullosa de haberlo merecido.
En todo
retroceso hay una historia
y en ella
una orden cumplida,
una orden de
nadie, pero cumplida,
y pegada a
la palma de las manos.
Tendría que ser un poco más joven,
un poco
menos mutante,
pero
no quiero.
Lo que me atrae ahora es lo inmediato.
Saboreo la
causticidad de esta ceniza
-la que a
veces toma el lugar de mis manos-
o repaso mi
cara cada vez más densa,
agigantada,
y este
tiempo diciéndome algo con cariño,
algo que no
me tomo el trabajo de escuchar.
Y he de
seguir así de esta manera
hasta que la
vida misma me rescate
del azar que
comparto con las flores,
con las
moscas y las aves migratorias
y pueda así,
alguna vez,
dejar de
esperar cada noche,
esa mañana
que llegará sin día.
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