Testamento 1
Nadie pensó en mí antes de que existiera.
Surgí de un juego de azar,
en el cual la probabilidad de vencer
se perdía en una aguja.
Llegué triunfante,
para empezar de nuevo
en una espera.
Cada día que pasaba,
era el resultado de una guerra impuesta,
ganada a sangre y fuego,
pagada con cielo,
con tiempo,
y ante la cual se abría
un nuevo día con su nueva guerra,
con su nueva batalla.
Siempre me inquietó ese mundo detrás
de lo que yo era capaz de combatir.
Pero nadie pensó en mí antes de que existiera.
Yo no contaba para el universo,
nadie podría mandarme una señal,
ningún planeta me reconocería.
Mi nombre era apenas un sonido
con sus ondas vagas
en un teatro de átomos impostores.
Para traspasar las fronteras,
debía retroceder en ese nombre,
regresar al vacío donde una palabra es todas
y en donde ningún sol está errado.
La poesía por instantes
me abría un pasadizo.
Entonces,
podía dejar de morir por un momento,
ser eso que era sin darme cuenta
y mirarme más allá de una voz,
de aquellas manos que jamás conoceré.
La poesía me atraía
sustrayéndome de mí misma
y me vapuleaba
hasta hacerme nada y todo a la vez,
tan grande
como el sueño que me soñaba.
La poesía
me llevaba por el poema,
pensando en mí
antes de que yo existiera.
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