ENTRE EL VASO Y EL AGUA
Para servir un vaso con agua se necesita primero andar el universo, entender los huecos negros y sus diluvios, mirar bien al interior de una mirada húmeda, tocar el punto más temible de su tristeza, descifrar la lágrima, su alfabeto astringente. Para llenar un vaso se requiere comprender el agua desde su atarraya oscura, saber nadar hasta ahogarse y haber salvado a otros náufragos. Se llena un vaso con agua y eso significa vislumbrar el cuasi- amor de un átomo de oxígeno con dos de hidrógeno, su estrategia para invadir planetas, preñarlos y enloquecerlos. Servir un vaso con agua es también saber de barcos y marinos, de los túneles donde se dan citas a ciegas para cantar salmos de vino y madera. Mucho llega con el agua hacia su vaso. Se necesita más que nada un guerrero regresando seco, sin siquiera su cadáver. Un simple vaso con agua es resumir todo el misterio y para que nazca con su sacramento, basta un deseo incontenible y arriesgarse.